viernes, 24 de agosto de 2007

¡no me hables!


¿Cuántas veces nos hemos metido en una conversación que no queríamos por el simple hecho de dar conversación? Y es que la acción de ‘dar conversación’ está llena de peligros. “¿Por qué sentimos la necesidad de llenar esos vacíos para sentirnos cómodos?”, decía inteligentemente Uma Thurman en Pulp Fiction. Una gran pregunta que pasará a los anales de la historia junto con el quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos (aunque esta respuesta tiene fácil solución: antes o después, al hoyo, como todos).
Nos metemos en un ascensor con un vecino con el que no queremos saber nada. Sólo tenemos que esperar que pasen los escasos segundos hasta llegar a nuestro piso y bajarnos con un apagado y desdeñoso: “Adiós” (¿también nos sentimos obligados a decir adiós a una persona con la que ni siquiera queremos hablar?). Para completar ese silencio incómodo recurrimos al tiempo.

- Vaya frío, ¿eh?
- Si, si… Está el tiempo loco.
- Si. Ahora hace frío, luego calor, que si luego llueve…
- Si, si. Qué cosas las del tiempo.
- Claro. Como estamos en una cuenca pues nos llegan todos los frentes…


Una conversación para llenar el hueco de silencio ha servido como excusa para que nuestro vecino se postule como un versado en temas de climatología. Que si el frente que viene, que si la borrasca que se va, que si el anticiclón de las Azores… Y entre isobara e isobara, llegas a tu piso desquiciado y preguntándote cómo te has metido en este follón.
Las ganas de conversar inútilmente, amigo.
Hace sólo unos días una frase tan sencilla como “qué bien huele”, derivo en un discurso sobre el comercio al por mayor de ambientador industrial y sus ventajas, tanto de calidad como de precio, respecto al ambientador comprado en los humildes comercios minoristas… o el Caprabo mismamente. Yo con mi café de máquina recién sacado, enfriándose por momentos, aguantando el discurso estoicamente y jurándome que nunca más le diré a nadie que huele bien.
- ¿Te gusta mi perfume?
- ¡NO! ¡Hueles mal!

Me voy ha proponer vengarme de todos estos resabidos y oradores de bote con sus mismas armas. Si me preguntan la hora diré:
- Eso depende. Según nuestra colocación en el meridiano de Greenwich la hora es justamente la que marca el reloj-termómetro que tienes a tu espalda. Pero si nos atenemos al calendario lunar, la visión zen de Shaolin y a que la rotación de la Tierra sobre si misma no corresponde a 24 horas exactas, sino que tiene un margen de error de 0,7%, ello nos lleva a que al final del año, hemos acumulado un retraso de nada menos que 1 hora, 22 minutos y 47 segundos. De igual forma, los husos horarios varían según la latitud en la que nos encontremos de forma que si se encontrara en Nueva York serían 8 horas menos que ahora, y si estuviera en Nueva Zelanda sería 11 horas más. Es curioso eso del tiempo, ¿verdad? No me responda, ya sigo hablando yo… ¡No! No se vaya hombre que le sigo hablando. Venga que le cuento. Curioso decía. Mientras que en algunos países ya es mañana, en el nuestro es hoy por la tarde y en otros apenas es hoy de madrugada, ¿curioso no? ¿Cómo nos vamos a entender todos los países si cuando unos están despiertos los otros se acaban de meter en la cama? No hay forma de tener unas relaciones internacionales adecuadas con este desfase temporal. Quizá por ello todos los conflictos que hay en el mundo se vea, en gran medida, provocado, por las falta de sueño y jet lag de los miembros de la ONU…

Y seguiría así hasta que ese hombre me suplique de rodillas, bañado en lágrimas y con voz desgarrada:
- ¡¡¡Basta!!! ¡¡¡Sí, no quería saber la hora!!! ¡¡¡Me siento sólo, mi existencia es triste y quería tener un poco de conversación banal con alguien!!! ¡¡¡Pero basta, no lo volveré a hacer!!!
Y yo le diré:
- ¡Ahora no te escapas! ¡Voy a contarte de pe a pa el proceso de fermentación de la cuajada!

1 comentario:

Pedrito dijo...

Hablando de usos horarios,

¿qué piensas de esa iniciativa de Hugo Chávez de hacer una hora independiente en Venezuela?

Interesante, ¿no?