martes, 9 de febrero de 2010

Un paisaje sonoro por descubrir (1)



Así estaba yo (al menos el oído izquierdo). Pero como procede, siempre se comienza por el principio. La historia de cómo tenía un oído que era como un muro de poliestireno, me abrieron en canal y me tunearon la oreja.

2008-2009 (Antecedentes)



Todo comenzó hace más de un año cuando, por obra y gracia de mi centro de trabajo, me sometí a una revisión médica gratuita. Tras decirme que el pis estaba bien, ni turbio ni agrio, sino en su punto; que la sangre cumplía con todos los requisitos de la ordenanza; y que mi corazón daba los sístoles y diástoles que se le presuponían… mira tú que me meto en la audimetría. Una cabina oscura y tétrica donde te ponen unos cascos de minicadena de los años noventa y te empiezan a soltar pitidos en el oído. Conforme suenan, pulsas un botón. Son sonidos que empiezan fuerte y luego van poco a poco a menos. Lo peor de eso es que llega un momento en que no sabes si realmente está sonando ese pitido o te lo estás imaginando. Pero el resultado fue: “chico, por la derecha oyes como todo el mundo, pero por la izquierda te estás quedando teniente”.

Así que fui a mi nueva médico de cabecera quien, en toda su experiencia y sabiduría, me hechó la culpa a mí por escuchar música con el iPod. Entonces no tenía iPod, pero dile tú a esta mujer en pleno arrebato de “los jóvenes no tenéis valores, no apreciais nada y no os vais a largar de casa hasta los 40”. En vez de replicar cogí la cita que me había dado con un especialista y me largué (teniendo en cuenta que de esta persona dependo en futuras convalecencias y para que me firme recetas médicas; así que no conviene llevarse mal con una persona que dice que te receta un antitérmico cuando en realidad es un laxante).



PRIMER ESPECIALISTA: Audimetría otra vez (“va a salir mal”, les dije yo; “hay que hacerla de todas formas”, dijo la enfermera; “pues nada, ponme el videojuego, a ver si me lo paso esta vez”). El especialista, tira de sabidurida otra vez y me dice que seguramente sea por una otitis que tuve de pequeño. Teoría que felizmente anula la del iPod, para mi regocijo. Sin embargo, me manda a OTRA especialista. Esta vez, la definitiva.



SEGUNDA ESPECIALISTA: La doctora que eventualmente me abriría la oreja en canal, me sometió nuevamente a una audimietría… La tercera. Y no debía mejorar en la puntuación ni descubrir el Bonus Level porque fue la que decidió que tenía que operarme. “Es una operación muy sencilla… 99 por ciento de posibilidades de éxito. Claro, que soy médico y tengo la obligación de informarte de todo y, si tienes la inmensa mala suerte de estar en ese uno por ciento te quedarás como una tapia y, claro, si las cosas se complican puede que mueras… Firma esto que dice que, pase lo que pase, no es culpa nuestra”. Tras un mensaje tan tranquilizador, y tras pedir segundas opiniones entre los especializados conocimientos de familia, amigos y conocidos (que, mira tú por donde, todo el mundo conocía a alguien que se había hecho la operación. Hasta el no-novio de vicky que, desde entonces, tiene los pabellones auditivos a ras del cuero cabelludo), decidí someterme a la operación. “Venga, va, cuanto antes. Acabemos con esto de una vez”.

Mira qué suerte que justo recibo la carta del pre-operatorio justo en medio de la semana donde estaba de vacaciones por Tenerife con Sonia y Nerea, así que la oreja tuvo que esperar. ¿Qué gané con ello? Un tinerfeña que me llamó moro de mierda, pero eso es otra historia.