lunes, 17 de septiembre de 2007

EL MALVADO DUENDECILLO (1ª parte)

Tras el rotundo fracaso de mis dos anteriores posts, he decidido contaros una anécdota personal de mi infancia que os va a dejar acojonados... la historia de "El malvado duendecillo".

Yo, ya de niño, era gordo. La gente dice que los gordos somos gente muy feliz, pero no tienen ni puta idea. Los gordos estamos asqueados con todo el mundo.

El caso es que siempre me quedaba el último en las carreras. Esto era especialmente manifiesto cuando nuestro profesor de "Educación Física" nos hacía correr por el campo que había alrededor de mi colegio. Una gran explanada de terreno hostil lleno de maleza, barro, hortigas y bichejos... vamos, que la batalla de Verdún era un día de Picnic comparado con aquello. Ese día llegué el último a la meta, pero muy tarde. El profesor me observaba a través de sus gafas oscuras de grandes lentes (ochenteras), mientras yo llegaba lento, sudoroso y jadeante. Cuando me derrumbé en el suelo, el profe me increpó:

- ¿Qué pasa, Pedrito? ¿has estado cogiendo margaritas o qué?

- ... no ... es que he visto ...he visto un duendecillo (no sé porque le dije eso... ¡palabra! Pero me pareció guay)

- ... jajajajajaj... muy bien, Pedrito... ¡Cincuenta flexiones, bola de carne!

La divertida ocurrencia no acabó ahí. Ese día un grupo de compañeros vino a preguntarme por la tamaña invención. Por primera vez, alguien se interesaba por mí, así que yo empecé a fabular:

- Sí, sí, tiene ojos de serpiente y dientes de piraña.

- hala, hala, y ¿a qué distancia lo viste?

- Buf, tan cerca que creí que me iba a matar

Pedrito, el estupido niño gordo y marginado se había convertido en el tío más popular e increíble del cole. No sólo eso, "la fiebre del duende" no había hecho más que comenzar. A partir de entonces, todo el mundo hablaba del duende que acechaba en el campo colindante al colegio. Incluso grupos de estudiantes hacían excursiones por el campo para buscar al maléfico hombrecillo verde. Un día de esos me vinieron unos compañeros, dando saltitos, y me dijeron:

- Pedrito, Pedrito, ¡hemos visto al duende!

- ¿en serio? (yo ya sabía que no podía ser, pero les seguí el juego)

- Estaba en pelotas, tumbado en la hierba. Nos ha dicho que tomaramos el sol con él.

- uyuyuyuyu... tened cuidado ahí fuera.

La farsa ya era una histeria colectiva. Pero un día el profesor llamó a mis padres y les dijo: "Señores, tenemos un problema con Pedrito"

(CONTINUARÁ)

2 comentarios:

Sonia dijo...

Pedrito, Pedrito, qué niño más malo... Pero siendo niño se comprende. Más fuerte fue la historia que se inventó una monja en mi colegio para que nos cepilláramos los dientes (con la edad acabamos cepillándonos... perdón, se me ha ido la cabeza) o eso es lo que hizo creer a la APA cuando preguntaron qué era aquello de un ser con forma de cepillo que vivía en el "país de las piedras" (nombre con que bautizamos a un trozo del recreo que, obviamente, estaba lleno de piedras y era tan misterioso que aún hoy sueño con él). Eso sí es acojonannnnnnnnnte.
Espero ansiosa la segunda parte, a ver qué pasó con el duende pederasta. Y, por cierto, me parto con la frase del terreno hostil...

Pedrito dijo...

Jooo... ¡Muchas gracias por comentar! Un beso!