jueves, 17 de enero de 2008

Crónica de una plaga anunciada (1)


El día en que lo iban a contagiar, Jesús había soñado cuando fue ha visitar el zoo de Madrid cuando era niño. Un enorme elefante había sorprendido al público defecando una montaña enorme de heces y soltando un manguerazo a presión de orina. Debajo del calor veraniego y los primeros efectos del cambio climático, se paró a comer un bocata con su madre y su hermana. Mientras masticaba, contemplaba ausente a los animales: los monos que se agitaban dentro de sus jaulas, los leones soñolientos y con ganas de nada, los pingüinos derritiendos en un clima tan dispar a su tierra... Tan embelesado estaba con aquellas imágenes que no vio llega a una figura torpe y patizamba, se acercaba con su paso torpe y su actitud ansiosa. Antes de que se quisiera dar cuenta, Jesús tenía medio brazo dentro de las fauces de un hambriento pelícano. No le dolía, pero el insensible animal sujetaba con fuerza. Estaba petrificado, la mitad de su brazo derecho había desaparecido en el interior del enorme pico de aquel monstruo alado. Miraba al animal a los ojos con estupefacción y miedo, y el ave le respondía con una determinación indestructible.

- ¡Suelta el bocata!- oyó gritar a uno de los cuidadores del zoo.


Lo soltó y, en ese mismo momento, el animal abrió el pico y se marchó tórpemente, engullendo satisfecho aquel bocata de jamón y queso.
El susto le duraba, pero esa misma noche, no podía pensar en otra cosa: "¡Hijo de puta de pelícano! ¡Se ha comido mi bocata!". Desde entonces siempre había albergado un sentimiento de revancha hacia esos animales.

"Suelta el bocata". En el fragor de la lucha contra los gérmenes de la meningitis, en aquel pueblo desolado por la enfermedad y viendo terminar su vida en los 10 días de incubación del virus, esa fue la frase que le vino a la mente.
Sin sentido, sin ninguna relación. No se le iba de la cabeza su brazo en el pico del animal, sus ojos impasibles y aquel grito: "¡Suelta el bocata!"

Continuará...

3 comentarios:

Virginia dijo...

Conozco esa sensación. A mi me pasó algo similar cuando tenía 3 o 4 años en la llamada "isla de los pavos". No sé muy bien dónde, pero creo que el barco salía desde Benidorm hacia ese horrible lugar, a modo de excursión placentera. Allí un pavo despeluchado me atacó como un buitre y se comió mis ganchitos. Creo que fue allí donde conocí el pánico. Malditos pajarracos!

ne dijo...

pobricos ellos

Sonia dijo...

Aún me acuerdo del día en que nos contaste esta historia, Jesús. Casi me meo, pero no por el hecho en sí... aterrador, sino por el contexto. Os lo transcribo:

-Sonia: Una vez sufrí la ira de las palomas 2 (ó 3, ya no me acuerdo) días seguidos. Me cagó una en un cruce de Zaragoza, y al día siguiente, en el mismo sitio... otra cagada!!!!

-Jesús: A mí, una vez, un pelícano...

Y sin dejarle acabar la historia, los presentes casi nos cagamos (nunca mejor dicho) pensando que le había cagado encima un pelícano... Diossssss!!! Jesús y su manera de relacionar temas.