
Tranquilo, no te voy a amenazar con patearte el culo. Por dos motivos: uno, porque ya te he perdonado la bravuconada que te marcaste con las guarras de tus amigas; y dos, porque, en el fondo, me das pena. Pero escucha una cosa, cuando me veas, no me mires y, sobre todo, no me mantengas la mirada. No me des a entender que vas a desafiarme, no vaya a ser que tengamos alguna palabrita fuera de tono. No me caes bien, sé que no te caigo bien. Intentemos convivir con ello y evitarnos en la medida de lo posible.
Eso quiere decir que recuerdes cuáles son mis horarios y no coincidas conmigo en el autobús. Otra cosa te voy a reconocer, he oído alguna de tus conversaciones. Lo siento, es un poco de juego sucio, pero no lo he podido evitar. El caso es que he podido averiguar algo más sobre ti. Incluso creo que ya sé donde trabajas y la verdad es que tampoco me gusta.
Por cierto, sigo sin saber por qué te cachondeaste de mí y, sobre todo, qué coño les decías a tus amiguitas que era tan gracioso. De hecho, no tienes ni pizca de gracia. La tía a la que estabas rallando la oreja el otro día, te seguía el rollo por compromiso y, ¿sabes otra cosa? tu tono de voz denota algún problema mental. Y, por último, ¡¡¡¡deja de llevar esas putas gafas!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario