viernes, 5 de septiembre de 2008

NOCHES ALEGRES, MAÑANAS TRISTES (2ª PARTE)

No abrí el paquete de chicles hasta esa noche, en la pista de Baibién. Ya habían pasado cuatro días desde la revelación de mi madre, y aún no había descubierto nada de la misteriosa dependienta. El asunto me estaba trastornando tanto que ya no me apetecía ni practicar mi deporte favorito: meter fichas.



Pronto vino a mí la solución… ¡¡¡Cubata bien cargao!! Con eso, y con lo que ya llevaba, me puse a fichar y a fichar, y a fichar… ¡¡¡hasta que pillé!! Me estuve enrollando con una tía que, francamente, en estado normal no lo hubiera hecho porque… bueno, por muchas cosas.



Ya, pero el asunto no terminó ahí. Salimos de la discoteca y me dice de llevarme a su casa, a lo que yo accedí. En plan de “¡venga, pues ya que estamos!”. Pero, ¡ojo! Que aún hay más. No nos vamos solos, nos acompaña su compañera de piso, ¡¡que ha pillao con un negro!! ¡¡¡¡Me encanta hacer amigos!!! ¡¡¡Al mundo entero quiero dar un mensaje de paz…!!!



Llegamos a la casa y descubro que… ¡¡¡Se me está pasando el pedo!! Entramos al portal, la tía que quería hacer de mí un hombre nuevo, su compañera de piso que no hablaba nada, el negro fogoso que magreaba a esta última y yo, que sentía que, en cuanto se me fuera el pedo, iba a sentirme más fuera de lugar que Nieves Herrero en una película de gladiadores.



Efectivamente, entramos a la casa. Entro yo justo después de mi nueva amiga y, de pronto, ¡¡¡¡me aparece un perro enorme y me empieza a ladrar!!! Casi se me sale el corazón por la boca!!! Las chicas del piso se ponen a tranquilizar el perro, mientras que yo ya estoy suficientemente sobrio. En esas, el negro se acerca a mí (por cierto, no tenía la misma clase que Barac Ovama, ¿eh?) y me dice, en plan colega: “ey, tío, ¿qué tal? Que vamos a echar un polvo, ¿eh?”. Le miro, mientras pienso: “sí, tú en una habitación y yo en otra… cabrón”.



Glup. A mí estas cosas no me pasaban cuando pesaba 100 kilos (ahora peso 89, por cierto). El caso es que, en ese momento, pensé que soy una persona que, en cierto sentido, se siente atraída por las situaciones más autodestructivas. Entonces, pensé que ese podía ser el origen de lo de la tienda de chucherías. Mi temor no era la chica de la tienda, sino que era yo mismo. Todo estaba dentro de mí, en mi mente.



El desenlace de esta freudiana y esperpéntica historia en mi próximo post!!!
(CONTINUARÁ)

3 comentarios:

Pedrito dijo...

Por cierto, los que ya conoceis esta historia, os daréis cuenta de que la he "edulcorado" bastante, ¿eh?

ñieejejejjeje

nerea dijo...

JODERRRRRRRRR YO NO SE NA DE LA HISTORIAAAA
Y EL NEGRO COMO SE LLAMABA???
TERMINASTE EN LA HABITACION CON EL!!!
JAJAAJAJAJAJ
Y PQ LE PONES LOS CUERNOS A LA CHICA DE LA TIENDA DE CHUCHES?

Pedrito dijo...

Joe, no tengo tiempo ni para acabar la historia.

Mientras, si alguien se anima a "postear"... ¡¡¡Este blog está muriendo!!

que alguien escriba algo... porfaa