lunes, 5 de abril de 2010

Un paisaje sonoro por descubrir (3)

CAPITULO 3: La intervención (la versión de las enfermeras) o La decepcionante anestesia


Ya estaba dentro y todo hacía pensar que la intervención era inminente. Tirado sobre una camilla, con un vial en el brazo derecho y el brazalete para tomar la tensión en el brazo izquierdo (cincuenta veces me midieron la tensión… que será un procedimiento estandar, que me estarán salvando la vida tomandome las constantes todo el rato, que me podría dar un patatús si me meten la anestesia con una subida inesperada de tensión… pero, ¡qué quieres!, jode que te estén estrujando el brazo cada diez minutos). Parecía que el momento “te vamos a rajar” estaba a punto. Pues no. Nuevamente me iban a hacer esperar (y van dos).
Todo listo. Todo preparado. Paciente, médicos, enfermeras, anestesia, instrumental… ¿Todo?
- Eeeeemmm, mira que los del Archivo todavía no nos han mandado tu historial médico con las pruebas del anestesista, así que no podemos operarte hasta tenerlo. Mira que si te damos la anestesia equivocada te puedes morir. (es realmente tranquilizador cuando no dejan de repetirte las multiples posibilidades que tienes de morir por una simple negligencia).

Esas pruebas me las había hecho exactamente 24 horas antes, fui testigo de cómo el médico que me hizo las pruebas terminaba el informe y lo mandaba al Archivo. Incluso me dijo: “no te preocupes que de aquí a una hora tendrán archivado el informe. Que no te libras de que te intervengan”, afirmó en tono jocoso.
- Dicen desde el Archivo que no han recibido (lease “no encuentran”) tu historial. Que igual el médico no lo ha recibido. [tras lo cual comenzó una charla acalorada en plan “estos del archivo es que son unos inútiles; reciben historiales y no los guardan; seguro que lleva allí todo el día y nadie se ha dado cuenta… y encima ahora no coge nadie el teléfono, seguro que se están echando un café; no se dan cuenta de que hasta que no hacen sus tramites no podemos empezar a trabajar; no tienen consideración; todo les da igual; son unos vagos…”]

Por segunda vez en lo que llevaba de mañana en mi cabeza retumbó la palabra “funcionario”… pero no voy a criticar.
Mientras tanto, la enfermera seguía midiendome la tensión con un proceso poco sensible para su profesión. Con una carencia total de visión espacial (o con mucha mala leche), la enfermera colocó su bandeja bruscamente utilizando mi cuerpo como mesa. Poniéndose a la altura de mi vientre y vergüenzas (las cuales, como he dicho antes, estaban expuestas bajo la fina sábana). De manera que el golpetazo me lo llevé, como quien dice, “en los huevos”. Una contorsión refleja y un ligero gruñido debían ser señales suficientes para reconocer su error. Pero no, repitió el mismo proceso las otras 49 veces que me midió la tensión. Así que la espera pre-operatroria podría resumirse en: “45 minutos en los que una enfermera me daba hostias en la polla”.
Porque así fue, cuarenta y cinco minutos después, la especialista que me diagnosticó y sería la responsable de abrirme la oreja en canal, llega y dice poco convencida:

- Los del Archivo dicen que “acaban de recibir” tu historial y ya nos lo han mandado.

Así que vamos pa yá. Agarrando la camilla rodante y a toda leche, abriendo las puertas como en las películas, con la cabeza, llegamos a la sala donde los médicos, ya parapetados con sus mascarillas (así que no vi el rostro de ninguno, ¡cobardes!). Una enfermera, con un pañuelo morado que recogía sus cabellos, me colocaba los electrodos para medirme los sístoles y diástoles de mi patata. Estaba detrás de la camilla, a la altura de mi cabeza, así qué la veía al revés. Llevaba la mascarilla, así que con lo único que me quedé de su rostro fueron sus ojos castaños y un poco achinados, que me dejaban fantasear con la cara de una diosa.



- ¿Estás nervioso?- preguntó mientras me colocaba los gélidos electródos sobre mi pecho.
- ¿Yo? No- contesté fingiendo valentía y bravura de chicarrón del norte. Sólo me faltó decir “¡Sin anestesia, a cuerpo limpio, hostias! Qué esto es una pijada”).
- Tienes unos ojos muy bonitos…

Un piropo que no pude corresponder. La anestesia local ya estaba enchufada en mi oreja y poco a poco, el chutazo de sedante ya había recorrido mis venas. Vamos, que me quedé out. Y ya nunca más volvería a ver a mi enfermera. La de los ojos achinados. La del pañuelo morado [me está quedando un poco “la de la mochilaaaaaaaaaaa azuuuuuuul; la de ojitos dormilones”].
No fue quedarse dormido, sino más bien fuera de juego. En un duermevela. Estaba despierto pero estaba ido. Creo que me dormí y desperté varias veces mientras los médicos urgaban en mis interiores. Lo que a mi me pareció cinco o diez minutos, debió ser como hora y media.
- ¿Me oyes, Jesús?-preguntó el médico.
- Si.
- Pues hala, que ya hemos terminado – dijo con un inconfundible acento ribereño.

Así que me llevaron a la misma sala de antes para que me recuperara. Yo recordaba el post-operatorio de mi hermana cuando le operaron de la rodilla. Fue lo mismo que yo: anestesia local y sedación. Y en el post-operatorio estaba, literalmente, flipando. Riendo a carcajadas, un post-operatorio muy divertido. Eso era lo que yo esperaba para mi: un cómodo viaje espacial por los últimos coletazos de las drogas. Un “uaaaaaaaauuuuuhhh… ¡¡PUEDO VER LA MUUUUUUUSICAAAAAAA!!”. Pero no. Fue una modorra de recién despertado bastante aburrida.

Y, bueno, todavía me quedaba la tercera gran espera. Pero eso será en próximos episodios.

3 comentarios:

Virginia dijo...

Pero si ya te han operado... qué te queda? aún tenemos post-operatorio?? yuhuuuuuuuuuu!!!!

TXAPA dijo...

Si, yuhuuuuuuu... En lo que está por convertirse en el Txus cofi. Venga Vir, que parece que eres la única lectora que queda. ¿No decías en tu último post que querías escribir? ¡Pues dale!

Anónimo dijo...

Hola, me harán el lunes la misma intervención que describes en el blog. Que por cierto me he divertido mucho! Pero vivo en Tudela y no sé donde cae la famosa UCASI. Conozco el centro Principe de Viana. Si no es molestia, podrías darme alguna indicación.
Gracias, espero que hayas recuperado bien. Un saludo, Cristina